dijo la prensa


Natalia Marcet: Una actriz sin caretas...............................

"un pedacito de infierno, robado al recuerdo y trasformarlo en teatro" ........bajo las instrucciones de la directora Ana Woolf, sumado al talento de la actriz, nace "Gordas", que representa no sólo una historia de vida, si no un incentivo para quien lo busque y necesite..........

regalando, envuelto en arte, un pedacito de su pasado, un mensaje positivo.....

Leticia Crossa INFORMADOS (ETER)

...la vimos a ella y a cada una de las mujeres que transitan por ese espacio doliente del cuerpo femenino hecho pedazos en el discurso de los demás. Todos los presentes fuimos ,por un instante ,las gordas

...la escena es descarnada ...un ámbito estetizante y delicado....la perfecta correspondencia para la historia dolorosa de desintegración que se va a narrar desde adentro

Adriana Derosa .NOTICIAS Y PROTAGONISTAS

lunes, 21 de diciembre de 2009

GORDAS EN TRANSIT

GORDAS en TRANSIT.

Por Natalia Marcet

Lo bueno de los recuerdos es que nos pertenecen. Y nadie te los puede robar, dicen por ahí.
Tardaba en ponerme a escribir para la edición del blog de Magda de este mes.
Escribir significa, para mí, entre otras cosas, dar testimonio de algo que ya sucedió. Documentarlo. Dejarlo asentado para la historia. Y a un mes de haber regresado a la Argentina, no me resigno a que la pura experiencia de la concreción de un sueño se transforme, solamente, en letra escrita. Mi alma aun deambula por cada uno de los seminarios, cada una de las performances, cada rostro, sonrisa o mirada que viví en la sala roja, la sala blanca y la sala negra del Odin, por los pasillos del CTLS, por la suite Royal, la cocina, el Valhalla...por cada uno de los centímetros que significo Transit.
Pero, si no te vaciás no te podés volver a llenar, resuena estos últimos días de septiembre en mis oídos.
Entonces, decido sentarme a contarlo, como se cuenta el secreto más preciado a las personas más queridas: mi mamá y mi papá.
Salí de la Argentina, feliz, decidida a vivir, sin ataduras, dentro de lo posible, esta hermosa oportunidad que me deparaba la vida. Había pedido protección y ayuda. Un día antes había ensayado bajo los ojos de Susana Freire, para que me diera "otra mirada". En Ezeiza, había dejado los extra kilos: ropa, dulce de leche, yerba, programas de mano de Blanca es la noche, que mis papás colocaron en bolsas de supermercado prometiendo guardarlo para la vuelta.
Al poner la pata en el avión me dije: "En 1999, recién recuperada de 14 interminables años de bulimia, fui a Nueva Zelanda, a mi primer Festival Magdalena como participante. Mi miedo, el miedo de mi entorno era: ¿Qué hará esta chica sola y tan lejos con la plata y con la comida? Diez años después Gordas, el solo que cuenta mi "temporada en el infierno", viaja invitado a participar en Transit. Diez años. Una historia. Salir para contar la historia.
No había dormido en todo el viaje. Escuchaba música: "Riders on the store", de The Doors; "Break on through to the other side". Alguna música ambiental.
Al llegar al Odin, veo a Ana salir sonriente y con su rostro coloreado. Salté. Nos abrazamos.
Al entrar encuentro a Julia, a Yamile, a Gabriela, a Luciana.
Ana había preparado sushi para recibirme. "¿Vienes para trabajar en cualquier cosa?", me dijo Julia. ¡Sííí! Aún no podían creer que después del viaje kilométrico, yo estuviera "espléndida". La felicidad.
Allí comenzó la aventura.
Ensayos nuevos con Ana para ajustar "últimas cosas". Ana me pregunta, "¿ensayo previo con Julia, para ayudar a seguir creciendo en el trabajo"? Me asusté. Y le pedí a Ana que la devolución la dejáramos para después. Me equivoqué. Aún creía que yo podía menos de lo que puedo. Aún me veía más frágil de lo que soy, más susceptible. Otra distorsión a limpiar.
Me sumé al trabajo. Días que comenzaban a las 6 de la mañana. Que encontraban huecos donde poder ensayar con Ana en la sala Roja. Y reparar la escenografía que se había roto durante el viaje. Con la ayuda de Fausto, Phillip, Angelo.
Ya había comenzado "En la periferia de Transit" y yo era la encargada de preparar el desayuno junto a Maria, Jess y Meg. Mientras seguíamos con los últimos ajustes para Gordas, y participaba de los seminarios de Julia, Else Marie, Roberta.
Estaba feliz, pero asustada. En el medio, Ana me había propuesto hacer tortas para vender en el bar de Transit. Que contradicción, ¿no?, o qué integración.
El último ensayo antes de la función fue a las cinco de la tarde del 7 de agosto. En la carpa de circo que estaba afuera del edificio. Deborah me había ayudado a ver algunas cosas de manipulación. Francesca me había sugerido alguna que otra cosa.
Caí de rodillas para explicar a los técnicos que debía agujerear la pared para colocar tres pitones: la negociación fue tres pitones, tres tortas.
La noche anterior, entré a armar en sala, la sala Blanca, la misma que en dos oportunidades anteriores había recogido mi sudor de entrenar. Yo soñaba con volver a ella y hacer un espectáculo. Entré luego de ver "The Songs of the Silent", la historia de una sueca que había pasado años en un neuropsiquiátrico. Había llorado mucho al verla, había viajado con ella. Ella era mi compañera de habitación en la suite Royal.
Esa noche, Ana y Francesca me ayudaron a colgar la escenografía. Ahora quedo yo, les dije, y me quedé sola en sala. Comenzaba a habitarla.
Debía cocinar las tortas de Gordas. Debía arreglar dispositivos técnicos.
Terminé de trabajar a las 3 de la mañana. El vestido debería guardarse en el camarín, porque por la mañana estaba el seminario.
A las 11 me levanté. Yamile me había reemplazado en la preparación del desayuno, me dolía todo el cuerpo. Comencé lentamente a hacer las cosas necesarias. Francesca me había regalado un delantal dado por su mamá.
Al llegar Ana, me dijo: "Hoy es fiesta". Claro que sí, pensé.
Una traducción, hecha contra reloj por Zunilda Roldán desde la Argentina y corregida por Ana, aguardaba impresa en una mesa presidida por un cartel impreso por Anne Savage, que en inglés lo ofrecía a quienes no hablasen el castellano para que lo leyesen antes de la función. Yo había ensayado en la Argentina el monólogo del principio en inglés, pero habíamos desistido por esta vez de hacerlo.
Antes de la función, le dejo una invitación con un alfajor a Julia para que viniera. Ella me pregunta si quería que entrase a sala para ver si estaba todo en orden. Le dije que sí. La imaginé en un punto del público, así como a Ana, a Francesca y a Deborah, también a Luciana, a Fausto, a Else Marie, a Roberta, a Donald, quienes me habían acompañado, a Jill, con quien estaba trabajando para The acts.
Entonces llegó el momento. Allí estaba yo, detrás de la mesa con la crema, las bases de las tortas. La gente circulaba a mi alrededor. Luciana se acercó y me sonrió, yo batía la crema. Algunas, Patricia Ariza por ejemplo, me preguntaba: ¿la comeremos? Jill sonreía desde lejos, Geddy me miraba con sus ojos picarones y cómplices, mientras Ana, mi directora, mi hermana del alma, me cuidaba con sus ojos brillantes como un amanecer. Por allí deambulaban Madeline y Helen Varley de Nueva Zelanda, Deborah, me faltaba Sally, no podía dejar de pensar, mientras batía la crema, que Nueva Zelanda había sido la primera salida fuera del agua.
Salir para contar la historia.
Dediqué la función a Ana, a Julia, a Sally, a mi mamá, a mi hermana Virginia (muerta) y a mi abuela Kungatá (artista frustrada).
La noche anterior, por teléfono, mi mamá me había dicho que yo era una heroína. Una sucesión de imágenes caen sobre mi memoria y quisiera ser una cámara fiel para construir el story board de mis recuerdos en cada una en cada una/o de las/os que lean este escrito. Pero pareciera que a veces sesgamos.
Comencé a temblar. Entregué una torta a Phillip (a sus ojos celestes como el mar) y otra a Angelo, para que las guardasen en la heladera y entré a sala.
Ana me abrazó, Julia (con su hermoso saco turquesa y dorado de reina hindú) me abrazó. Abracé a Francesca (que estaba muy emocionada) y entré al vestido que forma parte de la escenografía.
"Naty, tenés que salir para contar la historia" dijo Ana. Otra vez, como cada vez que viajamos juntas con Gordas. Me temblaba la voz. "Mi voz tiembla y voy con ella", dice Julia... Fui con ella.
Una soga se trabó, pero eso no importaba. Diez años después estaba en el lugar deseado, haciendo lo deseado: contar la historia. Mi historia. La historia de una mujer, todas las mujeres que deambulan perdidas por la frontera mental, la periferia de la normalidad, el precipicio.
El teatro me daba nuevamente esa posibilidad de transformar, de convertir: lo que había sido mi veneno es mi alimento.
Posibilidad de adueñarme de mi vulnerabilidad. El centro era ése, no más espejismos de fortalezas mentirosas. Adueñada de mi vulnerabilidad, cuento. Cabalgo una y otra vez mi historia porque el teatro me da las herramientas para hacerlo, para entrar y no desbocarme en ella.
Allí estaba yo, en ese lugar, en ese momento para el cual había trabajado tanto, para transformar.
Escribo esto y una lágrima me recuerda que todo ya es recuerdo, tal vez uno de los más bellos.
Final de la función. El aplauso estalla, me llena el corazón. Veo lo ojos de Ana, los de Julia, los de Francesca, los de Madeline. Me invade una timidez suprema y no puedo quedarme para decir nada ni para agradecer nada. Ya todo había sucedido durante la performance. Me siento desnuda. Me siento adulta. (El rostro de niña no pierde su frescura y se hace mujer).
Salgo a esperar a quienes me habían honrado con su presencia con un pedazo de torta, como siempre luego de cada función. Julia se acerca. "Ahora si podemos hablar ¿no?" Sí quiero. Quiero tu devolución. "Luego te doy el regalo que tengo para ti", dice y se aleja con su saco de reina. Ana me abraza. Yo lloro y ella me dice: "convidá a tus invitados que hacen fila para saludarte".
Los ojos de Luciana, la cara de Geddy y sus palabras, el abrazo de Madeline, el cuidado de Francesca, los ojos de Torgeir, la sonrisa de Anne, los ojos de Donald, los gritos de Fausto, Sabrina, repitiendo una frase del espectáculo, alguien que me dice "es universal". Las palabras "fantástico", "brillante", el amor y el abrazo de Else Marie, de Mónica, de Adriana, Sandra, Hisako, todas y todos, cada una de las personas a quienes todos estos años había encontrado en algún lugar aprendiendo, mientras Gordas se maceraba para poder salir al mundo. Patricia Ariza diciéndome "tienes que venir a Colombia", y Mónica, "tienes que venir a Brasil". María Porter abrazándome, charla posterior con Hill: "Well done". "¿Y cómo es ahora?", me pregunta. "Con líos en los vínculos", le respondo. Entonces ella dice: "Bienvenida a la normalidad".
La normalidad. La deliciosa normalidad.
Luego de todo esto vendí tortas en el bar de Transit.
¿Me miraban distinto después? ¿Me miran distinto, ahora? No. Soy yo la que se mira diferente. Pienso: cada vez que hago Gordas hago centro. Mi limpian. Me limpio. Ritualizo eso que en un momento de pérdida de sentido de la vida me dio aire para continuar: "aún no hice en teatro todo lo que tengo por hacer."
Transformar el veneno en alimento, menuda tarea. El teatro lo hace posible. Transit.
Salir para contar la historia. Hacer el trabajo. Cruzarse. Intercambiar.
Al volver a la Argentina tomo decisiones que cambian radicalmente mi vida. Queda mucho por decir. Seguramente la parte de mi alma que aún deambula por allí se las guarda, retacea su vuelta. Aún no quiere llegar.
Gracias Julia, gracias Ana. Por muchos Transit más.